INMACULADA CONCEPCIÓN

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viernes, 7 de junio de 2013

HOMILÍA DEL DOMINGO 10° durante el año, Ciclo "C"
(LA VIDA Y LA VIDA ETERNA)
 
 
 
Según la primera lectura, el profeta Elías estaba en la casa de la viuda de Sarepta, en un momento durísimo para ella.

“Sin embargo, el profeta se tiende sobre el niño muerto, como para identificarse con él, invoca a Dios (¡qué importante es la oración!) y Dios le devuelve la vida.

Al recibirlo de manos de Elías, la madre pronuncia una frase que es una confesión de fe: “Ahora sí que he conocido bien que eres un hombre de Dios, y que la palabra del Señor en tu boca es verdad”... Porque “no hay nada imposible para Dios”…

El relato nos ofrece muchas sugerencias. En primer lugar: resume la misión del profeta, que anuncia la palabra de Dios y da la vida” (P. José Román Flecha).

Dios siempre nos quiere dar vida (la resurrección espiritual y, un día, la Vida eterna); y nos pide que sigamos su Camino, de Verdad y de Vida; de felicidad compartida; pero el problema es que nosotros, muchas veces, elegimos y seguimos caminos de muerte, de odios, de egoísmos, que nos llevan a la perdición, a la muerte espiritual, a la noche del alma…

En el Evangelio, percibimos que la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta, por parte de Elías, anticipa, preludia, la resurrección del hijo de la viuda de Naím, por parte de Jesús.
- Un gran gentío acompaña el cadáver del joven. Y otro gran gentío acompaña a Jesús de Nazaret. Ambos se encuentran a las puertas de la ciudad. Es toda una metáfora de la sociedad. En los lugares más concurridos se cruzan la desesperanza, la incredulidad, el desánimo; contra la esperanza, el anhelo, la confianza en Dios. Es decir, frente a la muerte, se enfrentan: el silencio humano y la Palabra divina (y sólo Jesús, “tiene palabras de Vida Eterna” (Jn 6, 68); sólo Él puede afirmar: “Yo soy la resurrección y la vida, quien crea en mí vivirá eternamente” (Cfr Jn 11, 25-26); por tanto: la Fe nos ayuda a encontrarle otro sentido al dolor, y Cristo nos rescata de las tristezas)…
- Además, el texto subraya los gestos de Jesús. Al ver a la madre viuda del joven muerto, a Jesús se le conmovieron las entrañas (como al buen samaritano y al padre del hijo pródigo). Dirige una palabra de consuelo a la madre y otra de autoridad al muerto. Y se atreve a tocar el ataúd, contra las prescripciones de la Ley.
- Finalmente, el joven muerto es entregado vivo a su madre. El cortejo de los que llegan del campo, trae la vida al cortejo de los que salen de la ciudad. Todo el relato tiende a hacernos comprender que Jesús es el Señor de la vida(Cfr. Ibíd).

Por último, todos, impresionados y emocionados, dan gloria a Dios, diciendo:

“Un gran profeta ha surgido entre nosotros”. Pero Jesús es más que cualquiera de los antiguos profetas. El profeta transmite la palabra de Dios, pero Cristo es la misma Palabra de Dios, hecha Carne, hecha Hombre (Nuestro desafío es: morir al pecado, y vivir para Dios; haciendo morir, en nosotros, todo lo que se opone la Vida de Dios, en nuestros corazones).

“Dios ha visitado a su pueblo”. Los antiguos profetas habían anunciado la visita de Dios a su pueblo, y Jesús cumplió las profecías, en su Persona…

(Y nos enseña que, cuando nos compadecemos, consolamos, comprendemos y acompañaos el dolor del prójimo, estamos engendrando vida, para muchos que han perdido las razones para vivir)… Por eso, la Palabra de Dios nos garantiza: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste,seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es
(1 Jn 3, 2).

ORACIÓN: Señor Jesús, las noticias de cada día nos hablan de jóvenes arrebatados por la muerte; y del dolor de los padres y las madres que los pierden. Ten compasión de ellos. Los ojos de la fe nos llevan a reconocer tu presencia en la historia. Que toda la humanidad puede descubrir, en Ti, al Señor de la vida” (Ibíd). Y que no pasemos de largo, frente a los que están acongojados, deprimidos, conmocionados, a nuestro alrededor…

Sepamos, pues, encontrarle sentido a nuestras vidas, compartiendo todo con nuestros hermanos, sobre todo con los marginados y desanimados. Y renaciendo de nuevo, cada día, luego de los momentos de cruz, hasta que un día, Jesús, en la Vida eterna, enjugue, seque, todas nuestras lágrimas, con su Alegría perfecta, única, eterna, porque: “que ni ojo vió, ni oído oyó…las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Cor 2, 9)… Que así sea, con la Gracia de Dios…

Presbítero José Luis Carvajal
Ciudad de Buenos Aires