Benedicto XVI ha celebrado la última audiencia general de su
pontificado. En la Plaza de San Pedro, abarrotada por decenas
de miles de personas que querían saludarlo, el Pontífice,emocionado, ha
dicho: "Gracias por haber venido en gran número a la última audiencia
general de mi pontificado. Gracias, estoy verdaderamente conmovido. Y veo a
la Iglesia viva. Pienso que tenemos que dar también las gracias al Creador
por el buen tiempo que nos da, ahora, cuando todavía es invierno".
Ofrecemos a continuación el texto integral pronunciado por el Santo Padre:
"Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, yo
también siento en mi corazón que ante todo tengo que dar gracias a Dios que
guía a la Iglesia y la hace crecer, que siembra su Palabra y alimenta así la
fe en su Pueblo. En este momento mi corazón se expande y abraza a la Iglesia
extendida por todo el mundo, y doy gracias a Dios por las
"noticias" que en estos años de ministerio petrino he recibido
sobre la fe en el Señor Jesucristo, y sobre la caridad que circula realmente
en el cuerpo de la Iglesia y hace que viva en el amor, y sobre la esperanza
que nos abre y nos orienta hacia la plenitud de la vida, hacia la patria
celestial".
Siento que os llevo a todos conmigo en la oración, en un presente que es de
Dios, en el que recojo cada uno de los encuentros, cada uno de los viajes,
cada visita pastoral. Todo y todos reunidos en oración para confiarlos al
Señor, porque tenemos pleno conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría e
inteligencia espiritual, y por qué nos comportamos de una manera digna de Él
y de su amor, llevando fruto en toda buena obra.
En este momento, dentro de mí hay mucha confianza, porque sé, porque todos
sabemos que la palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es
su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto, en todo lugar donde la
comunidad de los creyentes lo escucha y recibe la gracia de Dios en la verdad
y en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.
Cuando, el 19 de abril de hace casi ocho años, acepté asumir el ministerio
petrino, tenía esta firme certeza que siempre me ha acompañado ,esta certeza
de la vida de la Iglesia, de la Palabra de Dios. En aquel momento, como ya he
dicho varias veces, las palabras que resonaban en mi corazón eran: Señor,
¿por qué me pides esto? Y ¿que me pides? Es un gran peso el que colocas sobre
mis hombros, pero si Tu me lo pides, con tu palabra, echaré las redes, seguro
de que me guiarás, también con todas mis debilidades. Y ocho años después
puedo decir que el Señor realmente me ha guiado, ha estado cerca de mí, he
podido percibir su presencia todos los días. Ha sido un trozo de camino de la
Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos
difíciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca del
lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera,
días en que la pesca ha sido abundante; también ha habido momentos en que las
aguas estaban agitadas y el viento contrario, como en toda la historia de la
Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en aquella barca
estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no
es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda: es El quien
conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido, porque
así lo quiso. Esta ha sido una certeza que nada puede empañar. Y por eso hoy
mi corazón está lleno de gratitud a Dios porque no ha dejado nunca que a su
Iglesia entera y a mí, nos faltasen su consuelo, su luz, su amor.
Estamos en el Año de la fe, que he proclamado para fortalecer nuestra fe en
Dios en un contexto que parece dejarlo cada vez más en segundo plano. Me
gustaría invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a
confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos
sostienen siempre y son lo que nos permiten caminar todos los días, también
entre las fatigas. Me gustaría que cada uno se sintiera amado por ese Dios
que ha dado a su Hijo por nosotros y nos ha mostrado su amor sin límites.
Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser cristiano. Hay
una hermosa oración que se reza todas las mañanas y dice: "Te adoro,
Dios mío, y te amo con todo mi corazón. Te doy gracias por haberme creado, hecho
cristiano... " Sí, alegrémonos por el don de la fe; es el don más
precioso, que ninguno puede quitarnos! Demos gracias al Señor por ello todos
los días, con la oración y con una vida cristiana coherente. !Dios nos ama,
pero espera que también nosotros lo amemos¡
Pero no es sólo a Dios, a quien quiero dar las gracias en este momento. Un
Papa no está sólo en la guía de la barca de Pedro, aunque sea su principal
responsabilidad, y yo no me he sentido nunca solo al llevar la alegría y el
peso del ministerio petrino, el Señor me ha puesto al lado a tantas personas
que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han
estado cerca de mi. Ante todo. Vosotros, queridos hermanos cardenales:
vuestra sabiduría y vuestros consejos, vuestra amistad han sido preciosos
para mí. Mis colaboradores, empezando por mi Secretario de Estado, quien me
ha acompañado fielmente en estos años; la Secretaría de Estado y toda la
Curia Romana, así como a todos aquellos que, en diversos ámbitos, prestan su
servicio a la Santa Sede: tantos rostros que no se muestran, que permanecen
en la sombra, pero que en silencio, en su trabajo diario, con espíritu de fe
y de humildad han sido para mí un apoyo seguro y confiable. Un recuerdo
especial para la Iglesia de Roma, ¡mi diócesis! No puedo olvidar a los
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, a las personas consagradas y a
todo el Pueblo de Dios en las visitas pastorales, en los encuentros, en las
audiencias, en los viajes, siempre he recibido mucha atención y un afecto profundo.
Pero yo también os he querido, a todos y a cada uno de vosotros sin
excepción, con la caridad pastoral, que es el corazón de cada pastor,
especialmente del Obispo de Roma, del Sucesor del Apóstol Pedro. Todos los
días he tenido a cada uno de vosotros en mis oraciones, con el corazón de un
padre.
Querría que mi saludo y mi agradecimiento llegase a todos: el corazón de un
Papa se extiende al mundo entero. Y me gustaría expresar mi gratitud al
Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, que hace presente la gran
familia de las Naciones. Aquí también pienso en todos los que trabajan para
una buena comunicación y les doy las gracias por su importante servicio.
Ahora me gustaría dar las gracias de todo corazón a tanta gente de todo el
mundo que en las últimas semanas me ha enviado pruebas conmovedoras de
atención, amistad y oración. Sí, el Papa nunca está solo, ahora lo
experimento de nuevo en un modo tan grande que toca el corazón. El Papa
pertenece a todos y tantísimas personas se sienten muy cerca de él. Es cierto
que recibo cartas de los grandes del mundo - de los Jefes de Estado, líderes
religiosos, representantes del mundo de la cultura, etc.-. Pero también
recibo muchas cartas de gente ordinaria que me escribe con sencillez, desde
lo más profundo de su corazón y me hacen sentir su cariño, que nace de estar
juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben como se
escribe a un príncipe o a un gran personaje que uno no conoce. Me escriben
como hermanos y hermanas, hijos e hijas, con un sentido del vínculo familiar
muy cariñoso. Así, se puede sentir que es la Iglesia - no es una
organización, no es una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino
un cuerpo vivo, una comunidad de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo,
que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de esta manera y casi poder
tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es una fuente de
alegría, en un tiempo en que muchos hablan de su decadencia. Y, sin embargo,
vemos como la Iglesia hoy está viva.
En estos últimos meses, he sentido que mis fuerzas han disminuido, y he
pedido a Dios con insistencia en la oración que me iluminase con su luz para
que me hiciera tomar la decisión más justa no para mi bien, sino para el bien
de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su gravedad y
también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la
Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles,
sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno
mismo.
Permitid que vuelva una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la
decisión reside precisamente en el hecho de que a partir de aquel momento yo
estaba ocupado siempre y para siempre por el Señor. Siempre - quien asume el
ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad-. Pertenece siempre y
totalmente a todos, a toda la Iglesia. Su vida es, por así decirlo,
totalmente carente de la dimensión privada. He podido experimentar, y lo
experimento precisamente ahora, que uno recibe la propia vida cuando la da.
Dije antes que mucha gente que ama al Señor ama también al Sucesor de San
Pedro y le quieren; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas,
hijos e hijas en todo el mundo, y que él se siente seguro en el abrazo de su
comunión, porque ya no se pertenece a sí mismo, pertenece a todos y todos le
pertenecen.
El "siempre" es también un "para siempre" - no existe un
volver al privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio del ministerio
activo, no lo revoca. No regreso a la vida privada, a una vida de viajes,
reuniones, recepciones, conferencias, etc. No abandono la cruz, sigo de un
nuevo modo junto al Señor Crucificado. No ostento la potestad del oficio para
el gobierno de la Iglesia, sino que me quedo al servicio de la oración, por
así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como
Papa, me servirá de gran ejemplo en esto. Él nos mostró el camino a una vida
que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.
Doy las gracias a todos y cada uno, también por el respeto y la comprensión
con la que habéis acogido esta decisión tan importante. Seguiré acompañando
el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con la dedicación al
Señor y a su Esposa, que he tratado de vivir hasta ahora cada día y quisiera
vivir siempre. Os pido que os acordéis de mí delante de Dios, y sobre todo
que recéis por los Cardenales, llamados a un cometido tan importante, y por
el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: el Señor le acompañe con la luz y el
poder de su Espíritu.
Invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la
Iglesia para que acompañe a cada uno de nosotros y toda la comunidad
eclesial; a Ella nos encomendamos con profunda confianza.
¡Queridos amigos y amigas! Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y
especialmente en tiempos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe, que
es la única verdadera visión del camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro
corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, haya siempre la gozosa certeza
de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está cerca de nosotros
y nos envuelve con su amor. ¡Gracias!"
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